Cuenta
una leyenda que, en tiempos en que los musulmanes sometían
la Península Ibérica, aunque poco a poco su dominio menguaba por la Reconquista cristiana, existía un reino taifa cuya
capital era Niebla, ciudad que era gobernada por un reyezuelo. Éste tenía
varios hijos que eran muy bien mirados por la sociedad de la época por ser
educados y por la buena relación que tenían con sus súbditos.
Sin
embargo, uno de ellos, conocido como "el niño de las pecas", se enamoró
de una plebeya. Su padre, el reyezuelo de Niebla, se enteró y quiso que su hijo
dejara esta relación ya que su estatus social no le podía permitir tener una
relación ni, por supuesto, casarse
con una mujer inferior en la escala social que su hijo.
A pesar
de esto, el hijo se enamoró de ella y no dejaba de cortejarla. El padre, ante las noticias llegadas de varios consejeros que le
informaban de la actitud de su hijo y de que éste
no dejaba a la plebeya, habló con su hijo y le dijo que, o dejaba a esa mujer, o tendría que adoptar una actitud más hostil con él, amenazando con encerrarlo en una de las fortalezas que
jalonaban su territorio si no le
obedecía. Sin embargo, él no
se amilanó y no dejó de verla.
"El niño de las pecas" detenido por la guardia fue trasladado a la torre fortaleza. Dibujo de Lucía Díaz Márquez. |
En una
de las ocasiones fueron descubiertos por la guardia, los cuales dieron cuenta
al rey de esta circunstancia y le
contaron que habían escuchado decir a su hijo que iba a casarse con la muchacha. El rey, ante este acto de desobediencia y ante la osadía de pretenderla como
esposa, decidió que su hijo fuese
llevado, arrestado, a una de
las torres fortaleza hasta que se quitara de la cabeza
la idea de casarse con una plebeya.
Una
vez trasladado a la fortaleza conocida como La Torre, el muchacho nunca dio
marcha atrás en su decisión. Pasó el tiempo y cada día que transcurría se
encontraba más desanimado y consideraba que aquel lugar iba a ser su última
morada, ya que su padre tampoco lo dejaría libre ante sus
pretensiones matrimoniales. En sus momentos finales, pensó que los hombres
debían erigir edificios para el bien y no para hacer daño a la gente, que
aquellos muros y piedras que lo rodeaban y que eran su
cárcel no debían servir para impedir el amor a otra persona, sino para acoger y confirmar el cariño entre una pareja y que, en aquellos tiempos convulsos de guerra entre cristianos y
musulmanes, debería ser un lugar donde reinase la paz. Al poco
tiempo el joven murió dentro de la fortaleza y en el lugar donde su cuerpo
quedó yermo creció un olivo como
símbolo de la paz que
necesita la humanidad a lo largo de los siglos. Además, pasada la coyuntura de
la guerra, la torre fortaleza perdió su función y, cayendo en desuso, sus
piedras se aprovecharon para la construcción de una parte de la Iglesia
Parroquial de San Juan Bautista, lugar donde el amor de la pareja se consagró durante siglos, aquél que le fue impedido
al "niño de las pecas", el hijo del reyezuelo de Niebla.
En el lugar donde falleció "el niño de las pecas" nació un olivo, símbolo de la paz. Dibujo de Lucía Díaz Márquez |
Tengo que dar las gracias públicamente a Jessica Toro Bueno por las correcciones en el texto y a Lucía Díaz Márquez por ilustrar con sus dibujos esta leyenda.
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